Nos enteramos de la noticia por Joaquín.
Edicions de Ponent va a reeditar el libro SOL PONIENTE.
En su momento, este libro, que recogía los capítulos publicados mensualmente en la revista CAIRO, lo editó en 1990 la Librería Cajal de Almería.
Ya diez años antes, en 1981 y también con Santi como guionista, Joaquín dibujó El día que murió George H. Nos cuentan Santi y Joaquín en esta historieta de ocho páginas ambientada en Almería un día en la vida de unas colegialas.
Este y otros trabajos de Joaquín ya anuncian lo que con el tiempo será una posibilidad más del medio: contar experiencias personales sin recurrir a los géneros aventureros.
Joaquín y Santi, los autores de SOL PONIENTE (abajo, en una foto de aquellos tiempos) nos hablan de este trabajo y sus alrededores.
Cuéntanos, cómo surge reeditar Sol Poniente?
Cuando, a raíz de la publicación de Sol Poniente, me dieron el premio autor revelación en El Salón de Barcelona, se habló mucho del libro, aparecieron criticas y reseñas, pero pocos pudieron echarle un ojo o hacerse con un ejemplar. Aunque salió por entregas en la revista Cairo (Norma), el libro lo publicó finalmente Cajal, una pequeña editorial de Almería, y la distribución no fue muy buena. Mucha gente desde entonces se ha interesado en una posible reedición; incluso tuve una oferta en firme de Viaje a Bizancio Ediciones, pero, por alguna razón, en aquel momento no llegué a decidirme. Esta vez los hilos los ha movido Jorge García: hace unos días lo propuso por su cuenta a Paco Camarasa, de Edicions De Ponent, que en seguida lo vio claro y me escribió para animarme a preparar una reedición.
¿Cómo te planteas esta reedición?
No quiero hacer un facsímil, pero tampoco querría convertirlo en un libro diferente al que era. Dejando claro al lector que no se trata de un cómic nuevo, sino de una historieta de hace más de veinte años, me gustaría enriquecerlo con algún contenido extra: algunos bocetos, esquemas de planificación de alguna página, ejemplos de la documentación que usé o extractos del guión, pero sin olvidar que se trata de un tebeo, no de un estudio sobre sus autores.
¿Qué nos cuentas en Sol poniente?
Trata de una familia y su huida de España a causa de la Guerra Civil, por medio de los recuerdos de algunos de sus protagonistas. No es un libro de acción, de lo que en realidad se habla es de los personajes. Pero para hablarte de esto la más indicada sería Santi. Cuando leí sus escritos, me sedujo aquella mezcla de imaginación y rigor histórico. Al no ser una aficionada a los tebeos, no sufría de ninguno de los vicios de los guionistas: era una escritora literaria, no pensaba con viñetas. Para mí fue un regalo contar con una serie de historias que trasladar a esa otra dimensión, historias que yo nunca habría podido inventar. Supuso mi puesta de largo como narrador gráfico. Sobre un argumento tan sólido, pude experimentar con libertad la construcción del guión y la estructuración de cada página, siempre en colaboración con ella. Recuerdo cómo discutíamos y contrastábamos casi cada decisión, cada diálogo.
Hablanos de tú educación como historietista
La mejor educación para un historietista es leer tebeos, y yo fui buen lector desde muy pequeño. Mis padres nos surtían bien de libros y tebeos, lo que nunca dejaré de agradecer: por Reyes, o al salir de misa (quizás como desagravio), nos compraban tebeos de Bruguera, Don Mickey, o lo que hubiera en el quiosco. Pasé por una pequeña etapa de intercambio de tebeos de superhéroes de Marvel, pero me duró poco. Mis primeras influencias, las que me pusieron a dibujar, además de Bruguera, fueron Tintín, Astérix y Delta 99, pero sobre todo los tebeos que un amigo de mi padre nos traía de Francia: las revistas Tintin y Pilote, cuyos números mis hermanos y yo devorábamos. Allí conocí a Hermann, Gir, Jijé, Peyo, Tibet, Eddy Paape… Casi aprendí a leer francés en ellas. Además las revistas de humor que mi padre se compraba, como La Codorniz, o los viejos números de Can Can y Don José que rondaban por casa, así que desde muy pequeños sabíamos quiénes eran Tono, Mingote, Serafín, Kalikatres, Gila, López Rubio, Puig Rosado, Conti o Goñi. Además de los suplementos infantiles de Pueblo o Blanco y Negro. Más tarde, mi adolescencia estuvo muy bien acompañada por Gran Pulgarcito, Gaceta Junior, Trinca y Strong. Crecí rodeado de dibujos.
¿Y algunas historietas o autores en concreto con los que te relamas?
Yo soy bastante “clásico”, un poco franco belga, por esas influencias tan tempranas de las que he hablado. De pequeño me gustaba copiar a Paul Cuvelier, sobre todo su Corentin; me encantaba su maestría en el dibujo de la anatomía humana, algo que siempre se pareció y me sigue pareciendo lo más difícil del mundo. Luego me ha gustado mucha gente: Breccia, Crepax, Tardi, Muñoz, Gippi, Peeters, Dupuy y Berberian… Pero los autores que más me satisfacen ahora son los que hacen algo totalmente diferente a lo que yo hago, que hacen lo que yo no sé hacer. Me gustan los dibujantes llenos de energía y de fuerza, porque yo he sido siempre muy comedido con la línea, y envidio esa energía de la que carezco. Me gustaban las manchas y la soltura de Rubén para llenar con brío el papel. Me gustan Blain, Sfar, Blutch… De entre los españoles me quedo con Javier Olivares. Me gustan muchos más, seguro que luego recordaré alguna omisión imperdonable. No me interesan nada, por el contrario, dibujantes como Giardino o Manara, que hacen lo que yo podría hacer fácilmente si fuera menos exigente conmigo mismo.
Eres protagonista de este blog GRANADAdePAPEL. Viviste en primera línea aquel momento de la historieta en Granada.
Visto desde hoy,¿cómo recuerdas aquel ayer?
Visto desde hoy,¿cómo recuerdas aquel ayer?
Creo que para nosotros fue una suerte (creativamente, no económicamente, claro) estar tan alejados de las grandes editoriales. Recuerdo que hacíamos lo que nos daba la gana, y también que a la gente le gustaba lo que hacíamos: desde los empleados de la imprenta y los camareros de los bares de moda (que no nos cobraban los cubatas), hasta los dibujantes de la siguiente generación, la de Enrique Bonet y Munuera, que nos visitaban a menudo en el estudio y veían en nosotros unos referentes que no encontraban en las revistas de Madrid o Barcelona. Recuerdo también, algo más tarde, las visitas a mi casa de mi vecino Juanjo Guarnido, que tenía entonces 16 años. Vivíamos un mundo lleno de historietas, pero muy a nuestro aire, sin tener que contrastarlo continuamente con un mundo exterior más dedicado a copiar a Moebius. Nos recuerdo disfrutando de una gran libertad creativa sabiendo que estábamos haciendo algo especial y diferente. A esa sensación contribuyó cierta repercusión en el exterior, no sólo las críticas positivas: el premio Mortadelo de Oro, nuestra entrada en Madriz, que yo empezara a publicar en Cairo, o incluso una página en el Jueves, el que nos invitaran a jornadas de cómic… De alguna manera sentía que había una presencia de los tebeos de Granada en el resto de España.
Santi, guionista de SOL PONIENTE, nos comenta:
Al rubí de Abu Talib Kalim tendría que pedirle, como Estela, que me devolviera lo que perdí: la memoria. Que me dejara atisbar, por un momento, un poquito de aquellos tiempos, que fueron buenos y malos e, indiscutiblemente, irrepetibles.
En este mundo del cómic yo soy como un fantasmita infiltrado, o como un convidado de piedra. O como una estrella fugaz.Pasé de olvidar a Pumby y Mortadelo a reencontrarme (ya a finales de los años setenta y de la mano de Joaquín) con Tintín, y descubrir el mundo maravilloso de la bande dessinée: las revistas Totem, Métal Hurlant y Cairo; la fantasía de Moebius; la sensibilidad de Carlos Giménez; Tardi, con su maravillosa Adèle Blanc-Sec; y el incomparable Hugo Pratt con su Corto Maltés, el novio que cualquier mujer querría tener en todos los puertos...
Y de ahí, pasé a leer (ya en los noventa, con mi hijo) al sensei Akira Toriyama y su Dragon Ball.
Creo que no he vuelto a leer una historieta. Pobre semblanza para alguien cuyo nombre está impreso en una de las obras “de culto” del cómic español.
En realidad, yo me he dedicado siempre a escribir. Que Joaquín estuviera allí fue una feliz coincidencia. Él, seguramente, recordará mejor que yo nuestro modus operandi: imagino que le ofrecería cualquier idea que pudiera haberse convertido en un cuento, normalmente del tipo de sorpresa final, y que viera factible de ser plasmada en viñetas.
Pero Joaquín no era un autor fácil de complacer: por ahí debe de andar una carpeta con docenas de papeles (apuntes, guiones completos...) que él no consideró dignos de su plumilla. Y hay alguna historia que podía haber dado un buen cómic, y durante mucho tiempo se lo he echado en cara. Todo esto dicho con un smiley de ojo guiñado. Lo mismo que cuando le echo en cara a Rubén Garrido que abandonara el proyecto de mi cuento “El cativo...”, cuyos bocetos ya eran maravillosos, con esa capacidad inigualable que tienen Rubén para expresar las complejidades del mundo infantil.
Leo en algunos sitios que nuestra primera colaboración fue “El día que murió George Harrison”, que era un cuento mío ya escrito hacía tiempo, aunque ya había hecho Joaquín alguna cosilla, ejercicios de dibujo o divertimentos sin ánimo de ser publicados. Pero lo primero que vio la luz fue la página “No me queréis”, un poco filosófica y estática, por no decir horrorosa, que se publicó en “Del revés”.
Recuerdo también otras obras cortas, de un par de páginas, como “Orfeo”, de bellísima ejecución. Y otra que me hizo “enfadar” porque Joaquín sólo dibujó la mitad de lo que a mí me parecía un guión desenfadado a la vez que tierno y humorístico, no recuerdo el nombre. Había otra de un torero, no creo que hayamos hecho muchas más, pero lo bueno de Joaquín es que esa suavidad de sus dibujos hacía (hace) que la historia se te derrita dentro y te cale hasta los huesos: es imposible no sentir empatía por sus personajes.
Y, por supuesto, “el rubí”. ¿Qué puedo decir del rubí? Surgió por el tiempo en que yo estaba empezando mi novela “De las luces a la oscuridad”, que se menciona en la segunda parte, y de la que cedí algunos personajes, aunque luego, en la novela, se desarrollarían de forma distinta. No me acuerdo muy bien, pero yo tenía las cosas tan claras que imagino que le daría la lata a Joaquín para que no se desviara, en imagen o en espíritu, de mi idea inicial. No quiero contar el argumento: más que una historia, son anécdotas, personajes que nos presentan sus soledades y sus miedos.
Creo que las críticas han sido más que generosas con él, aunque también pienso que sus páginas son como un cuadro abstracto, como un poema: cada uno ve en ellas lo que quiere ver, lo que lleva dentro. Para mí siempre ha representado el ansia que nos mantiene vivos, no perder la ilusión por conseguir algo que se quiere, la realización (¡ay, a veces efímera!) de los propios ideales.
¿Me ilusiona esta reedición del rubí? Por supuesto. Quizá me da un poco de miedo de que se le note el paso del tiempo, pero sé que Joaquín sabrá hacer una edición perfecta. Pero es mayor la ilusión, porque le dará la oportunidad a la gente joven de conocer una obra tan estimada; y también a la no tan joven, aquellos que han oído hablar de ella o han leído las críticas pero no han tenido acceso. Y, sobre todo, quizá sea un empujoncito para Joaquín, que lo anime a prodigarse más, tanto como gusta…
Más información: crítica de Jorge García en Tebeosfera
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